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Por Pilar Mármol del Programa de Prevención de la Violencia contra las Mujeres de CIPREVICA

En marzo de 1911, más de cien mujeres murieron calcinadas en una fábrica textil de Nueva York. Con anterioridad se habían organizado para exigir mejoras en sus condiciones laborales y sociales, sin recibir más respuesta por parte de sus empleadores, que el cierre de las puertas del lugar donde ocurría el incendio. Este crimen logró apagar sus voces más, no su lucha.

Este fue uno de los acontecimientos que inspiraron la conmemoración del Día Internacional de la Mujer en todo el mundo el 08 de marzo, como una fecha que año con año nos permite visibilizar los esfuerzos incansables de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos y por la búsqueda de un mundo más justo y más equitativo.

Ayer, 8 de marzo de 2017, mientras caminaba en la marcha para conmemorar este día, me enteré de la trágica noticia del incendio que hasta ahora ha cobrado la vida de 34 niñas y adolescentes y ha dejado heridas a varias más, que se encuentran en un estado clínico delicado. Todas ellas se encontraban internadas, por decirlo de alguna manera, en el “Hogar Seguro” Virgen de la Asunción, a cargo de la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia de la República.

Todas ellas han sido víctimas del Estado femicida que ignoró las constantes denuncias de las adolescentes desde hace varios años. Fueron sus voces las que denunciaron desesperadamente, en varias ocasiones, la violencia sexual a la que estuvieron sujetas en este recinto, los maltratos psicológicos, la violencia física, el hacinamiento, las condiciones infrahumanas en las que –más que vivir- sobrevivían en el lugar e, inclusive, las posibles redes de trata para la explotación sexual que funcionaron en esta institución del horror.

Entre ayer y hoy hemos escuchado testimonios cruentos e imágenes desoladoras que conmueven hasta el tuétano y que parecen sacadas de un cuento de esos de terror. Pero no es un cuento, es la realidad de un país acechado por la indiferencia y por el desprecio a la vida, que cínicamente afirma que la niñez y la juventud es el futuro, cuando más bien se le da la espalda, se le violenta, se le mata.

Ashley, Indira, Daria, Sonia, Mayra, Skarleth, Yohana, Sarvia, Ana y las demás, que por ahora no conocemos sus nombres, han sido víctimas de este Estado patriarcal que sistemáticamente ha excluido a las mujeres, y a lo largo de la historia, solo ha sido un actor más de la violencia en su contra. Esta tragedia es también resultado de la violencia estructural a la que históricamente nos hemos enfrentado, producto de una sociedad injusta y desigual, que trunca las posibilidades de una vida digna para todas y todos.

Estos hechos no pueden quedar impunes, hay personas que son responsables directas y deben de enfrentar la justicia. Hay muchos casos denunciados previamente, que no se han investigado. Hoy, en un programa radial se hacía referencia a las más de doscientas niñas y adolescentes desaparecidas de estos hogares de protección, de quienes seguimos sin conocer sus historias.

Estos hechos no pueden seguir sucediendo. Ojalá la tragedia sucedida este ocho de marzo nos remueva las conciencias y la necesidad de seguir pensando y materializando nuevas formas de vivir en este mundo.

Guatemala no será un “país de la eterna primavera” mientras que las injusticias sociales estén a la orden del día, mientras tengamos que seguir exigiendo ¡NI UNA MÁS!

Guatemala, 10 de marzo de 2017