Descargar artículo

Descargar artículo

Por Walter Paniagua, Investigador del Programa de Prevención de la Violencia Urbana de CIPREVICA

La violencia es un fenómeno social que afecta directa o indirectamente a muchas personas en Guatemala. En términos económicos, su impacto puede ser evidenciado en el pago extorsiones, la contratación de agentes de seguridad privada para proteger negocios o personas, el abandono de propiedades por amenazas, entre otros. Incluso, dentro del ámbito familiar, la violencia también puede tener un costo, en cuanto al pago de tratamientos médicos o psicológicos, por ejemplo, el uso de antidepresivos, ansiolíticos u otros tratamientos.

Los costos económicos de la violencia tampoco son ajenos para el Estado, ya que se ha visto en la necesidad de incrementar el presupuesto para diferentes entidades que trabajan directa o indirectamente con víctimas de la violencia dentro del sector justicia. Ahora bien, ¿este es el único costo que se genera al trabajar la violencia? El énfasis en lo económico puede invisibilizar el impacto de la violencia en las personas, sean víctimas directas o las personas que ayudan a las víctimas.

En este artículo se aborda el costo humano de la violencia en personas que trabajan con víctimas. En general, el éxito y eficacia de las instituciones que se dedican al acompañamiento de víctimas de algún tipo de violencia, sean gubernamentales o no, se debe, en gran parte, al recurso humano que da cuerpo a las mismas.

En este sentido, trabajar con víctimas de violencia genera un costo que inicialmente es difícil observar; pero, no por esto, debe pasar desapercibido. Lo ejemplifico con dos experiencias: una de la violencia del pasado y otra de la violencia actual. Durante varios años trabajé en exhumaciones relacionadas con graves violaciones a Derechos Humanos durante el enfrentamiento armado interno. Luego de arduas jornadas de trabajo, el equipo solía reunirse y conversar sobre la información recolectada. Ya dentro de espacios ajenos al mundo laboral, los trabajadores solían hablar de cansancio, frustración, dolor e impotencia ante los hechos que narraban las víctimas sobrevivientes. En algunos casos, las narraciones “dolían” a tal punto de tener que parar las entrevistas, o simplemente, no saber exactamente cómo reaccionar ante eventos tan atroces.

Algún tiempo después conocí personas que trabajan en ONGs y el Estado, con víctimas de violencia contra las mujeres. Observé, también dentro de espacios fuera del lugar de trabajo, más o menos las mismas reacciones que durante las exhumaciones, es decir, cansancio, frustración, dolor e impotencia ante los eventos que narraban las mujeres que acudían en búsqueda de ayuda. La diferencia radicaba en cuanto a la intensidad de los efectos en los relatos de las profesionales, pues era más evidente en personas que trabajan con la violencia actual.

Es aquí donde el costo humano de la atención de la violencia se hace evidente. Dentro de la literatura psicológica se emplean categorizaciones como burnout (desgate profesional), estrés traumático secundario (traumatización vicaria, fatiga por empatía, fatiga por compasión, hiper-sensibilización, de-sensibilización, transformación en la concepción del mundo), estrés postraumático, ansiedad, depresión, entre otros, para explicar los efectos de trabajar con personas que sufren. Las personas que ayudan a las víctimas de violencia están mayormente expuestas al sufrimiento ajeno, por tanto, son más vulnerables a presentar sintomatología asociada a los síndromes o psicopatologías antes descritos.

Estos efectos son predecibles y prevenibles, por tanto, puede disminuirse el costo humano de la atención de la violencia. Evidentemente, se necesitan esfuerzos conjuntos y reflexiones sobre cómo ayudar a las personas que trabajan con víctimas de violencia en Guatemala y Centroamérica.

Guatemala, 06 de octubre de 2016

Los invitamos a participar en el foro de opinión, ir al foro.