Por Carlos Aldana Mendoza, Coordinador Regional de Programas de CIPREVICA Publicado en Oriente News

Lo que vivimos estos días en nuestro país, no solo está constituido por hechos y decisiones erróneas de la estructura gobernante. También son parte de la realidad los lenguajes violentos que se usan para imponer esos hechos.
Son tres los principales mensajes que el gobierno de Guatemala está enviando: la lucha contra la corrupción no es importante; el militarismo sigue siendo el instrumento para gobernar; el conservadurismo se impone para todos los ámbitos de la vida pública y privada.
El primer lenguaje, alrededor de desbaratar a la CICIG, más allá de los argumentos oficiales –y oficiosos- que hemos leído o escuchado, refuerza esa cultura tan interiorizada en nuestra sociedad: luchar contra la corrupción en todos los niveles no es tan importante, la podemos hacer solos (algo así como que ¡quienes propician la corrupción la van a combatir!). En este lenguaje, se violenta el proceso democrático, las luchas ciudadanas y se impide el camino hacia el fortalecimiento de instituciones públicas. Nadie se cree eso de que en un año serán trasladadas las capacidades en un país que la corrupción está tan enraizada.
El segundo, tiene que ver con la foto del presidente con varias filas de militares y policías acuerpándolo. Aquí no se trata solo el recuerdo del pasado violento y tenebroso, sino que el militarismo está presente. ¿Para qué sirvió un acuerdo de paz que habla del fortalecimiento del poder civil si en un momento tan complicado es a los uniformados a los que se acude? La dignidad y la soberanía nacional terminan convirtiéndose en excusas para el ejercicio de un poder basado en el autoritarismo militar.
El tercer lenguaje es el de la imposición del conservadurismo religioso. Tanto en el discurso de esa famosa foto, como en otras situaciones de estos días, se ha insistido en los valores familiares de carácter más conservador. Las discusiones en el Congreso más las declaraciones del Ejecutivo, reafirman una insistencia en imponer, a fuerza política, judicial e ideológica, unos valores que no necesariamente representan a todos. Lo más violento de este tercer lenguaje, es que se anula e impide el derecho a decidir que nos hace ser una sociedad democrática en plenitud.
Como vemos, no solo son hechos. Son lenguajes los que en esto momento marcan nuestro presente y pueden ser cruciales para el futuro inmediato. Desgraciadamente, son lenguajes que propician la violencia como práctica o ejercicio de la negación de la dignidad de los otros u otros, de quienes no piensan ni sienten al mundo como lo sienten quienes ejercen el poder político y militar de hoy. Eso es violencia simbólica y cultural, que se suma a la pobreza estructural y a la violencia cotidiana que todos vivimos.
Esperemos que la historia puede enjuiciar, por estas violencias simbólicas, a sus autores y causantes. Y que ciudadanamente, podemos descubrirlos y enfrentarlos, desde las alianzas, las vinculaciones y el sentido de pueblo unido que hoy hace más falta que nunca.