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Por Otto Alvarado, Programa de Prevención de la Violencia Urbana de CIPREVICA

Hace unas semanas, en la cambiante coyuntura internacional, los resultados del plebiscito que se realizó en Colombia para la aprobación de los Acuerdos de Paz y las respectivas reacciones de distintos sectores, coparon las portadas de varios periódicos alrededor del mundo.

Mientras el sector político conservador se regodeaba por la victoria del NO, apelando a la salvaguarda de los valores morales, lo verdaderamente importante se invisibilizaba: la desigualdad estructural de condiciones para una vida digna que sigue afectando a la mayoría de la población colombiana.

La actual situación del proceso de paz en Colombia me ha llevado a reflexionar sobre dos “hechos” históricos que tienen repercusiones para Centroamérica. Por un lado, es inevitable pensar en los pocos avances que han tenido los Acuerdos de Paz en Guatemala, a casi 20 años de su firma, por la tergiversación y manipulación a la que han sido sometidos constantemente, hasta convertirlos en compromisos aislados que nada tienen que ver con el Estado en su conjunto.

Por otro lado, los distintos eufemismos con que el recién pasado 12 de octubre es “celebrado” en Iberoamérica, por quienes aluden al “encuentro entre dos mundos que intercambiaron elementos culturales y construyeron un nuevo mundo”, en contraposición con las denuncias de las poblaciones indígenas y otros actores sociales que más bien subrayan que el resultado de ese hecho, ha sido la concreción de uno de los mayores genocidios de la historia mundial, cuyo móvil principal fue la apropiación de las riquezas y las personas que habitaban en esta parte del mundo.

Colombia me ha llevado a pensar en estos acontecimientos, porque las palabras son polisémicas, y adquieren distintos significados, según el punto de vista de quien las enuncia. Y el reto de la construcción de la paz, pasa necesariamente por el diálogo y la negociación entre estos distintos significados. En los tres procesos encontramos que lo “políticamente correcto” se impone para silenciar las voces de denuncia sobre la violencia estructural -utilizado no pocas veces para manipular-, evitando la verdadera construcción de significados con elementos comunes, que al mismo tiempo respete la diversidad humana.

He leído y escuchado argumentos a favor del NO en Colombia, como un resultado estratégico para evitar que “el comunismo y la teoría de género” atenten contra los valores morales, porque no se trata de construir una nueva sociedad sino de acabar con la guerra. La pregunta es, ¿de qué se trata entonces?, ¿de hacer algo para que no cambie nada?; ¿de acallar las armas oficialmente al tiempo que se garantiza la continuidad de las mismas formas autoritarias y violentas de resolver los problemas sociales?

Tanto el SÍ como el NO tendrán muchas argumentaciones, según como la guerra ha impactado a los distintos grupos sociales durante estos años, pero para que se propicie un diálogo auténtico, es necesario desmontar los discursos que promueven el mantenimiento de privilegios para una minoría, a costa de convertir a las personas en objetos que pueden ser manipulados por quienes detentan el poder hegemónico en la sociedad colombiana.

Hace unos días pude ver un video que circuló en las redes sociales con la argumentación de un profesor universitario colombiano, en el cual plantea que el pueblo colombiano ha vivido la violencia en todas las formas posibles, y que la forma como la ha enfrentado hasta ahora, le permite ver que Colombia se encuentra ante la posibilidad de construir un país diferente con toda la creatividad que la misma situación de crisis, ha posibilitado que aflore.
En mi opinión, la construcción de la paz, entendida como la construcción de una sociedad distinta con Justicia Social, es posible. Para ello debemos continuar en la lucha diaria -en distintos niveles y espacios sociales-, para que las voces que históricamente han sido acalladas e invisibilizadas, recuperen su derecho a construir sus propias versiones de la memoria y de la historia, evitando con ello que sigan imponiéndose las voces de la colonización y el despojo de la dignidad humana.

Guatemala, 27 de octubre de 2016

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